01 / 09 / 2025
Como cada verano, con una puntualidad dolorosa, las llamas vuelven a teñir de negro nuestros montes y de humo nuestros cielos. Castilla y León, como tantas otras regiones de España, ha sufrido en los últimos meses incendios devastadores que han arrasado miles de hectáreas, viviendas, explotaciones y, lo más irreparable, vidas humanas. La tragedia se repite año tras año con idéntico guion, como si no hubiéramos aprendido nada.
Sin embargo, tras el impacto mediático de las imágenes, raramente se abre un debate profundo sobre las verdaderas causas de estos incendios y, sobre todo, sobre cómo prevenirlos. Se habla de altas temperaturas, de tormentas secas, de cambio climático… factores ciertos, pero insuficientes para explicar la magnitud de la catástrofe. Hay otra realidad que se silencia: la progresiva desaparición de la ganadería y del aprovechamiento tradicional del monte, herramientas históricas de prevención que hoy están arrinconadas por la burocracia y por una visión urbana y distante del territorio rural.
Pastos sin dientes
Este año, las lluvias de la primavera hicieron crecer un manto abundante de pasto y matorral. Una bendición para el campo… siempre y cuando hubiera rebaños suficientes para mantenerlo a raya. Pero la realidad es bien distinta: cada vez son menos los ganaderos en activo, y cada vez mayores las trabas para que estos puedan aprovechar ese recurso natural. Donde antes pastaban ovejas, cabras o vacas que limpiaban el bosque y reducían la carga de combustible, hoy solo hay vegetación seca que se convierte en la mecha perfecta para el fuego.
No es casualidad, la política de las últimas décadas ha puesto más empeño en ahogar en papeles a los ganaderos que en facilitar su trabajo. Trámites interminables, prohibiciones absurdas y normas pensadas desde un despacho han sobrepasado a quienes, durante generaciones, supieron cuidar y modelar el paisaje. Se les ha acusado de sobreexplotar, de contaminar, de ser un freno al progreso. Y mientras tanto, los montes, abandonados, se han convertido en polvorines.
Las emisiones que no cuentan
Resulta llamativo que en los debates sobre emisiones de gases de efecto invernadero se señale insistentemente a la ganadería como responsable de buena parte del problema. Sin embargo, nadie parece ver que un gran incendio forestal libera en unos días más CO₂, partículas y gases tóxicos de los que toda la ganadería de una comarca podría emitir en años. Los incendios de este verano han lanzado a la atmósfera toneladas de humo, cenizas y sustancias contaminantes que afectan no solo al medio ambiente, sino también a la salud de las personas.
La paradoja es cruel: se demoniza a los ganaderos, y se ignora que su desaparición es precisamente uno de los factores que agrava la extensión de los incendios y, con ellos, el incremento de emisiones. El círculo vicioso se cierra siempre sobre el mismo: el mundo rural, cada vez más despoblado, más limitado y más castigado.
Prevenir mejor que curar
Los incendios, como las enfermedades animales, se previenen mejor que se curan. Cuando el fuego ya se ha declarado, solo queda lamentar daños irreparables, invertir millones en extinción y asumir la pérdida de un patrimonio natural y humano que tardará décadas en recuperarse, si lo hace. En cambio, la prevención es mucho más eficaz y barata, y empieza por devolver protagonismo a quienes siempre lo tuvieron: los habitantes de las zonas rurales.
Es imprescindible incentivar la ganadería, especialmente en los montes públicos, donde los rebaños cumplen una función insustituible de limpieza y mantenimiento. Hay que devolver a los vecinos la posibilidad de realizar aprovechamientos tradicionales como la recogida de leña, el carboneo o el pastoreo, prácticas sostenibles que, además de dar vida al medio rural, reducen drásticamente la acumulación de combustible vegetal.
No podemos seguir prohibiendo desbroces o labores de mantenimiento en nombre de una supuesta protección de especies que, llegado el incendio, desaparecen igualmente, arrasadas junto al resto del ecosistema. La rigidez normativa, lejos de preservar la biodiversidad, está condenando nuestros montes a la desertificación, al abandono y a la miseria de quienes los habitan.
Un llamamiento urgente
Lo que el fuego se llevó este verano no fueron solo hectáreas de bosque, sino también ilusiones, medios de vida, memoria y futuro. No podemos permitirnos seguir repitiendo este guion. Castilla y León, y España en su conjunto, necesitan un cambio de rumbo: apostar de verdad por la prevención, reconocer el papel esencial de la ganadería y del saber rural, y devolver a los habitantes de nuestros pueblos la capacidad de gestionar sus montes con sentido común.
Porque sin ganaderos, sin vecinos y sin aprovechamientos tradicionales, el fuego siempre tendrá la última palabra.